sábado, 25 de mayo de 2013

Honra



LA HONRA
Cómo hemos visto hasta ahora hay temas que suelen estar representado en casi todos los libros encuadrados en el Romanticismo, la honra es uno de ellos. Podemos decir que la honra es la buena reputación que tiene una persona conforme a las normas morales, especialmente en lo relativo a la conducta sexual. Además entendemos por honra la manifestación de respeto, admiración y estima hacia una persona.
En Don Juan Tenorio vemos la honra por parte de varios personajes:
-          Don Diego, por una parte, es el primero en manifestar su honra hablando con don Juan, al que culpa de su desobediencia y por su sangre fría ante la apuesta.

(Primer acto, escena XII)


Don Diego: no puedo más escucharte,
Vil don Juan, porque recelo
Que hay algún rayo en el cielo
Preparado para aniquilarte.
¡Ah…! No pudiendo creer
Lo que de ti me decían,
Confiando en que mentían,
Te vine esta noche a cer.
Pero te juro, malvado,
Que me pesa haber venido
Para salir convencido
De lo que es para ignorado.
Sigue, pues, con ciego afán
En tu torpe frenesí,
Mas nunca vuelvas a mí;
No te conozco, don Juan. […]

[…] No, los hijos como tú
Son hijos de Satanás.
Comendador, nulo sea
Lo hablado. […]

[…] Si, vamos de aquí
De tal monstruo no vea.
Don Juan, en brazos del vicio
Desolado te abandono:
Me matas…, mas te perdono
De dios el santo juicio.


-          Don Gonzalo es otro personaje que lucha por la honra, pero no por la suya, sino por la de Doña Inés ya que sabe que don Juan va a hacerle daño y va a terminar jugando con ella. Por culpa de la lucha para defender la honra de su hija, muere a manos de Don Juan.
(Primera parte, acto tercero, escena VIII)

Don Gonzalo: Oíd.

Abadesa: hablad, pues

Don Gonzalo: yo guardé hasta hoy un tesoro
De más quilates que el oro,
Y ese tesoro es mi Inés.

Abadesa: A propósito.

Don Gonzalo: escuchad.
Se me acaba de decir
Que han visto a su dueña ir
Ha poco por la ciudad
Hablando con un criado
Que un don Juan, de tal renombre,
Que no hay en tierra otro hombre
Tan audaz y tan malvado.
En tiempo atrás se pensó
Con él a mi hija casar
Y hoy, que se la fui a negar,
Robármela me juró.
Que por el torpe doncel
Ganada la dueña está,
No puedo dudarlo ya:
Debo, pues, guardarme de él.
Y un día, una hora quizás
De imprecisión, le bastara
Para que mi honor manchara
Ese hijo de Satanás.
He aquí mi inquietud cuál es:
Por la dueña, en conclusión,
Vengo: vos la profesión
Abreviad a doña Inés.

Abadesa: sois padre, y es vuestro afán
Muy justo, comendador;
Mas ved que ofende mi honor.

Don Gonzalo: no sabéis quién es don Juan.

Abadesa: aunque le pintáis tan malo,
Yo os puedo decir de mí,
Que mientras Inés esté aquí,
Segura está, don Gonzalo.



En Don Álvaro y la fuerza del sino vemos que el honor en vez de unir más a los personajes, los separa haciendo incluso que lleguen a odiarse. En esta obra se considera el honor desde el punto de vista del amor, haciendo que la lucha de este honor sea simplemente por el amor incansable de sus personajes dramáticos.
-          El Marqués de Calatrava es un personaje aristócrata en el que el honor se ve reflejado a través de los postulantes a maridos de Doña Leonor. Para este personaje, es muy importante el dinero y la posición social que marca así el honor familiar.
(Jornada primera, escena VI)
MARQUÉS
 (Abrazando y besando a su hija.) 
    Buenas noches, hija mía;

hágate una santa el cielo.

Adiós, mi amor, mi consuelo,

mi esperanza, mi alegría.

No dirás que no es galán

tu padre. No descansara

si hasta aquí no te alumbrara

todas las noches... Están

abiertos estos balcones

 (Los cierra.)  

y entra relente... Leonor...

¿Nada me dice tu amor?

¿Por qué tan triste te pones?

DOÑA LEONOR
 (Abatida y turbada.) 
Buenas noches, padre mío.




MARQUÉS
Allá para Navidad

iremos a la ciudad,

cuando empiece el tiempo frío.

Y para entonces traeremos

al estudiante, y también

al capitán. Que les den

permiso a los dos haremos.

¿No tienes gran impaciencia

por abrazarlos?




DOÑA LEONOR
¿Pues no?

¿Qué más puedo anhelar yo?




MARQUÉS
Los dos lograrán licencia.

Ambos tienen mano franca,

condición que los abona,

y Carlos, de Barcelona,

y Alfonso, de Salamanca,

ricos presentes te harán.

Escríbeles tú, tontilla,

y algo que no haya en Sevilla

pídeles, y lo traerán.




DOÑA LEONOR
Dejarlo será mejor

a su gusto delicado.




MARQUÉS
Lo tienen, y muy sobrado.
Como tú quieras, Leonor.



CURRA
Si, como a usted, señorita,

carta blanca se me diera,

a don Carlos le pidiera

alguna bata bonita

de Francia. Y una cadena

con su broche de diamante

al señorito estudiante,

que en Madrid la hallará buena.




MARQUÉS
Lo que gustes, hija mía.

Sabes que el ídolo eres

de tu padre... ¿No me quieres?

 (La abraza y besa tiernamente.) 




DOÑA LEONOR
 (Afligida.) 
¡Padre!... ¡Señor!...



MARQUÉS.
La alegría
vuelva a ti, prenda del alma;
piensa que tu padre soy,
y que de continuo estoy
soñando tu bien... La calma
recobra, niña... En verdad,
desde que estamos aquí,
estoy contento de ti.
Veo la tranquilidad
que con la campestre vida
va renaciendo en tu pecho,
y me tienes satisfecho;
sí, lo estoy mucho, querida.
Ya se me ha olvidado todo;
eres muchacha obediente,
y yo seré diligente
en darte un buen acomodo
Sí, mi vida... ¿quién mejor
sabrá lo que te conviene,
que un tierno padre, que tiene
por ti el delirio mayor?



-          Por otro lado vemos el honor también en Don Alfonso, que lucha contra don Álvaro para salvar la honra de su hermana y a la vez la de su padre.
(Jornada Quinta, escena VI)
DON ALFONSO
¿Me conocéis?
DON ÁLVARO
No, señor.




DON ALFONSO
¿No encontráis en mi semblante
rasgo alguno que os recuerde
de otro tiempo y de otros males?
¿No palpita vuestro pecho,
no se hiela vuestra sangre,
no se anonada y confunde
vuestro corazón cobarde
con mi presencia?... O, por dicha,
¿es tan sincero, es tan grande,
tal vuestro arrepentimiento,
que ya no se acuerda el padre
Rafael de aquel indiano
don Álvaro, del constante
azote de una familia
que tanto en el mundo vale?
¿Tembláis y bajáis los ojos?
Alzadlos, pues, y miradme.
 (Descubriéndose el rostro y mostrándoselo.) 



DON ÁLVARO
¡Oh Dios!... ¡Qué veo!... ¡Dios mío!

¿Pueden mis ojos burlarme?

¡Del marqués de Calatrava
viendo estoy la viva imagen!



DON ALFONSO
¡Basta, que ya está dicho todo!
De mi hermano y de mi padre
me está pidiendo venganza
en altas voces la sangre.
Cinco años ha que recorro,
con dilatados vïajes
el mundo, para buscaros,
y aunque ha sido todo en balde,
el cielo (que nunca impunes
deja las atrocidades
de un monstruo, de un asesino,
de un seductor, de un infame),
por un imprevisto acaso
quiso por fin indicarme
el asilo donde está a salvo
de mi furor os juzgasteis.
Fuera el mataros inerme
indigno de mi linaje.
Fuisteis valiente; robusto
aún estáis para un combate;
armas no tenéis, lo veo;
yo dos espadas iguales
traigo conmigo: son éstas.
 (Se desemboza y saca dos espadas.)  
Elegid la que os agrade.



DON ÁLVARO
 (Con gran calma, pero sin orgullo.) 
Entiendo, joven, entiendo,
sin que escucharos me pasme,
porque he vivido en el mundo
y apurado sus afanes.
De los vanos pensamientos
que en este punto en vos arden
también el juguete he sido;
quiera el Señor perdonarme.
Víctima de mis pasiones,
conozco todo el alcance
de su influjo, y compadezco
al mortal a quien combaten.
Mas ya sus borrascas miro,
como el náufrago que sale
por un milagro a la orilla,
y jamás torna a embarcarse.
Este sayal que me viste,
esta celda miserable,
este yermo, adonde acaso
Dios por vuestro bien os trae,
desengaños os presentan,
para calmaros, bastantes,
y mas os responden mudos
que pueden labios mortales.
Aquí de mis muchas culpas,
que son, ¡ay de mí!, harto grandes,
pido a Dios misericordia;
que la consiga dejadme.



DON ALFONSO
¿Dejaros?... ¿quién?... ¿Yo dejaros
sin ver vuestra sangre impura
vertida por esta espada
que arde en mis manos desnuda?
Pues esta celda, el desierto,
ese sayo, esa capucha,
ni a un vil hipócrita guardan
ni a un cobarde infame escudan.